jueves, 26 de marzo de 2009

Kyoto. Junio 2008.







Sacudidas de lado a lado. De babor a estribor, o como coño se llamen. Estaba empapado en sudor, necesitaba salir de aquel habitáculo.
La cortina de mi suite se atascó un par de veces y la maldije cuando finalmente cedió. Me sentía débil y consfuso. Aquello no dejaba de moverse y dar vueltas. ¿Cuándo habríamos zarpado? Y lo más preocupante, ¿Hacia donde?

Soñé que una media docena de personas me rodeaban. De todas ellas, solo reconocía a Norihiro. Con un cinturón de cuero roñoso me habían hecho un torniquete en el brazo izquierdo. Apreté el puño, una vena verdosa asomaba como una culebra. Preferí no mirar como la aguja entraba repleta de heroína tras un pinchazo seco. A gran velocidad, se fue moviendo desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Ríete de los viajes de Costeau.

“Joder. Joder, joder, ¿no te has pasado con el caballo?” oí. Muy alentador. En mi boca se creaba saliva sin cesar, yo babeaba y, cuando intentaba tragarla las náuseas me sacudían. Traté de hablar, pero de mi garganta no salía sonido alguno. Un jodido Trainspotting versión nipona y en cine mudo. De cojones.

Allí estaba, envuelto en una neblina blanca y moviéndome de lado a lado. De babor a estribor. Sin salir del hotel cápsula de del barrio Shinto de Kyoto.